nervios motores estaban comprometidos y aunque sobreviviera, quedaría ciego, sordo, mudo yposiblemente inmóvil para el resto de su vida. Algunos días después, Don Camilo alquiló un avión ycondujo al hijo, inconsciente e inmovilizado, para su ciudad en Río Grande do Sul. Allí comenzó elinterminable calvario para toda la familia, que pasó a vivir alrededor del "cadáver vivo" del hijo, cuyosdías tormentosos pasaban sin solución alguna.Transcurridos los tres primeros meses de aquella tortura interminable, Giordano aún permanecíainmóvil, con los ojos cerrados, respirando con cierta dificultad y con leves estremecimientos en lasextremidades muertas. Del lado derecho del cráneo, donde había sido trepanado, emanaba un líquidofétido. La piel, antes rosada y tersa se iba oscureciendo de a poco, tomando el color sepia, dando laimpresión de marchitarse, los trazos apolíneos de ese cuerpo antes esplendoroso, se destruían antelos impactos del sufrimiento acerbo. Giordano era el centro convergente de los complicados equipos yaparatos médicos. El dorso de los pies estaban perforados por agujas que le inyectaban un líquidocolor café. El suero le goteaba por los brazos entumecidos formando edemas que eran reabsorbidasa costa de compresas de agua caliente o de aplicaciones de pomadas anticongestivas. El plasmasanguíneo se filtraba en los flemones, mientras que el tórax dificultosamente respiraba el oxígenoartificial. Cuando la muerte se aproximaba, debido a la sofocación inminente, el enfermero acudíarápido, accionando el cruel aparato, cuyo tubo de metal penetraba por la tráquea abierta para obligar a los pulmones a su trabajo normal.En la familia todo era desolación. Doña Blanca aún resistía, algo rebelde, a la fatalidad de aqueldestino inexplicable, poniendo en juego todas las reservas egocéntricas para no caer en la desdicha.¿Por qué Dios le dio un hijo tan hermoso y después lo destruía tan estúpidamente? ¿Por quéGiordano debía rebosar de vida y salud, mientras que Durvalino era enfermizo y titubeante? Susbellos ojos perdían el brillo y se apagaban, poco a poco. La vanidad se abatía, impotente, ante laobligación de ser espectadora de su propia ruina, viendo y viviendo las fases convulsionadas deaquel hijo adorado. Desorientada, le cubría mil veces los pies perforados y le acariciaba el macabroturbante de gasas, cuyos estremecimientos se manifestaban cuando pasaba la mano por la terribledepresión dejada por el cáncer.El calendario, implacable, marcaba ciento cuatro días tormentosos y de lenta destrucción paraGiordano. El enfermero hacía su ronda habitual; le tomaba la temperatura y la presión, graduaba lamaquinaria como un hábil técnico, moviéndose por el cuarto como un verdugo moderno. Cambiaba laaguja de la vena del pie y en un gesto apático buscaba otro punto de la piel, mostrando ciertasatisfacción profesional, cuando, percibía el éxito de su trabajo. Las manos de Giordano estabanflojas, inertes y descarnadas. La piel toda acribillada por las agujas hipodérmicas y llena de manchasrojas y azules. La tráquea producía el ronco y característico ruido, luchando por un poco de aire. Lostubos de goma oscilaban sujetos a los aparatos, presionando sus líquidos hacia el enfermo.Un día, estaba Durvalino pensando en su hermano que se estaba acabando y que jamás le dieraun momento de alegría o confort. Nacido del mismo vientre, nutriéndose con la misma sangre, y sinembargo, siempre le fue extraño y hostil. Súbitamente, movido por una singular intuición, pidiósilencio a todos, y se inclinó sobre el oído de Giordano y le habló incisivamente:— ¡Giordano! ¡Giordano! Si me estás escuchando y tienes conciencia de lo que te estásucediendo, haz un esfuerzo, reúne todas tus energías dispersas y concéntrate a fin de poder mover la pestaña derecha de tu ojo. ¡Solamente la pestaña derecha! Esa será la señal, para que nosotrossepamos que estás consciente. ¡Si puedes, repite la señal otra vez!Ante la sorpresa de los presentes, curvados sobre él, ansiosos observaron que Giordano parecíaquedar más quieto, inerte, como una coordinación impuesta, mientras cesaban los temblores de lospies y de las manos y aminoraba los estertores de los pulmones. Transcurridos algunos segundos,después de la espectativa dramática, la pestaña izquierda
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se estremeció fuertemente, como la únicaseñal de vida de ese cuerpo inmóvil. Y, ante la sorpresa de todos, repitió dos veces más la señal,atendiendo al propósito de Durvalino.
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Nota
de Atanagildo:
En base al avanzado estado canceroso de Giordano, en el lado derecho de la cabeza, sólo podíamover el párpado izquierdo, bajo la acción reflexiva.
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