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Ramatís Sembrando y Recogiendo
 
SembrandoyRecogiendo
Ramatís
Psicografiada por:
Dr. Hercilio Maes
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Ramatís Sembrando y Recogiendo
 
CUENTOS REENCARNACIÓNISTASTraducida del portugués por MANUELVALVERDEQUINTA EDICIÓNSe hallan reservados todos los derechos. Sin autorización escrita del editor, queda prohibida la reproducción total o parcial de estaobra por cualquier medio -mecánico, electrónico y/u otro- y su distribución mediante alquiler o préstamo públicos.Título original portugués:
Serpeando e Colhendo
(Atanagildo)Ediciones en castellano:Editorial KIER S.A., Buenos Airesaños: 1972 - 1977 - 1986 - 1994 -1998Tapa:
Baldessari 
LIBRO DE EDICIÓN ARGENTINAI.S.B.N.: 950-17-1330-XQueda hecho el depósito que marca la ley 11.723© 1998 by Editorial Kier S.A., Buenos AiresImpreso en la ArgentinaPrinted in Argentina
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MI GRATITUD AL PROFESOR: BRENO TRAUTWEIN Me encuentro muy satisfecho con la inestimableayuda y sugestiones, que contribuyeron amejorar la contextura de la presente obra,sobre
"cuentos mediúmnicos".
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LA CÁRCEL DE CARNE
Allá por el año 1923, fui invitado para ir a Curitiba, para efectuar un levantamiento topográfico enlos terrenos del Gobierno del Estado de Paraná. Aunque estaba habituado al ruido y a la agitación dela capital paulista, donde nací y viví, me agradó bastante la "tranquila ciudad", llamada así a causa desus habitantes tranquilos y afables. Después del almuerzo en el "Hotel Grande", situado en la calleXV de Noviembre, invité a mi socio Hamilcar para recorrer algunos lugares públicos, a fin de conocer mejor la ciudad.Nos encontrábamos en la puerta del "Café Brasil"
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tomando un cafecito muy gustoso, servido enmesas sobre la vereda, cuando de pronto percibí, casi a mis pies, una criatura de aspecto repulsivo,que en sus movimientos ofídicos, se arrastraba, unas veces apoyando los codos, y otras las rodillas,cuando no la cabeza contra el suelo. Las manos las tenía callosas. Los codos y las rodillas que leservían de apoyo para arrastrarse, estaban protegidos por trozos de cuero. Cuando se movía lo hacíaen forma oscilante; a veces, levantaba la mitad del cuerpo, como la foca cuando juega con la bola;para dejarse caer nuevamente sobre el suelo, dando impresiones distintas entre los transeúntes,pues daba asco y compasión. Los más compasivos le metían en los bolsillos del saco, monedas dediversos valores. El los miraba inexpresivamente, cansado e indiferente ante esa situación inevitable.No se mostraba agradecido ante las limosnas abundantes, ni tampoco se le notaba resentimientocontra aquellos que no lo ayudaban y que más bien lo injuriaban.Gracias a mis estudios esotéricos y a las conclusiones filosóficas espiritas podía identificar enaquella criatura infeliz, a un espíritu endeudado y sometido a la rectificación kármica para poder resarcirse de un pasado tenebroso. Mi cerebro trabajaba ardorosamente, condolido por esadesgracia:"¿Qué hizo esa alma en el pasado, para generar un destino tan trágico?".Lo miré detenidamente, y en ese instante se volvió hacia mí; entonces percibí porqué laspersonas más optimistas o insensibles, se estremecen y hacen gestos de desagrado cuando ese ser les pasa cerca. Su oído derecho era una llaga cruel, cuyos bordes todavía presentaban las señasindefectibles de una corrosión impiadosa. A veces, en un gesto mecánico, sacudía la cabeza, in-tentando espantar las moscas que zumbaban a su alrededor. Ante ese cuadro tan infeliz me volvíahacia Hamilcar para preguntarle:— ¿Qué motivos tendrá esa criatura para enfrentar un destino tan cruel?Un oficial médico de la Policía Militar que se encontraba en la mesa, al lado nuestro, nos informógentilmente:—Esa criatura apareció hace unas dos semanas; llegó en un tren de carga desde el sur. Nació enUruguay y muy pronto fue abandonado al azar, criándose a costas de limosnas y de los favorespúblicos. Arrastrase de un lado a otro, hasta el día que Dios ponga fin a su existencia tan complicada.Nos ofreció un cigarro "Liberty", que agradecimos por no fumar, y el médico militar concluyósolícito:—Me contaron que el desventurado, hace dos o tres años, dormía en el suelo de un laboratoriode una farmacia, en Porto Alegre, cuando al darse vuelta en un espasmo, golpeó con violencia en elsoporte inferior de la estantería que sostenía una apreciable cantidad de frascos de drogas. Para sudesgracia, se volcó y cayó la tapa de un frasco que contenía ácido nítrico, cayéndole sobre la orejaderecha.Dando una fuerte pitada a su cigarro, el oficial médico agregó en su lenguaje impersonal y curtidopor la profesión:—Dicen que los gritos del infeliz alarmaron a toda la vecindad; eran como los berridos de unanimal sacrificado en el matadero. Después de esa tragedia y a pesar de los tratamientos más
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Nota del Médium:
Hoy, en el mismo lugar se encuentra el "Restaurante Tingui".
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eficaces, solo puede dormir a costa de anestésicos y soporíferos en altas dosis. Las limosnas, segúnél mismo nos dice, no alcanzan para cubrirle los gastos que aquellos le ocasionan.La llaga del oído parecía desistir a cualquier remedio y ya le había alcanzado la parte interna deloído. En aquella época la medicina aún no gozaba de beneficiosos bactericidas y antibióticos, puessemejantes infecciones eran tratadas a base de iodo, árnica, nitrato de plata o pomadas tradicionales.Jamás pude olvidar la configuración tétrica e impresionante de aquel hombre arrastrándose por elsuelo al igual que un gusano humano, agotando sus energías para solo poder alcanzar unos palmosde terreno, en su calvario terreno y estigmatizado por el infortunio. No me condolía al examinarloatentamente, sino, que trataba de ver la forma posible de ayudarlo en su desgracia, tal como lo haríael clínico al tratarle su mal. Comprobé la atrofia de sus brazos, que estaban extrañamente pegados asu cuerpo hasta los codos, y las piernas, las manejaba juntas en un solo movimiento, como siestuviesen atadas. En su extraordinario esfuerzo para empujar el cuerpo hacia adelante, me hacíarecordar a los mineros cuando deben arrastrarse por los túneles, o a los chicos cuando intentan pasar por debajo de las cercas o portones. ¡No había dudas, allí se encontraba una criatura realmente"amarrada" por los cordones implacables de los nervios y músculos atrofiados!Cuando yo desencarné
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y me reajusté en el más allá, e ingrese en las actividades de ayuda de lametrópolis "El Gran Corazón", tuve deseos de conocer algunos destinos trágicos, o ciertas catástrofesque angustian terriblemente a los encarnados. Luego recordé al "encarcelado vivo" que tanto mehabía impresionado en mi viaje a Curitiba. A través del "Departamento Sideral de Fichas Kármicas",perteneciente a mi metrópolis, llegué a saber que dicha entidad había encarnado en Uruguay, pero,era un espíritu egresado de las colonias espirituales situadas en el astral de España. Munido de lascredenciales que los superiores me habían otorgado, tuve acceso a los "registros kármicos" o"anotaciones etéricas" de los procesos kármicos, de la colonia espiritual conocida por "La Mansión delValle".Aunque yo era psicómetra, es decir, con la facultad de leer en el Éter algunos acontecimientossucedidos en el pasado, solicité al Mentor responsable, me hiciera el favor de proyectar por ciertoaparato —sin analogía en la tierra— algunos de los hechos que habían generado la existencia tancruel de ese ser que yo había conocido en Curitiba, como un verdadero "atado en vida". Un técnicosideral puso en movimiento el aparato, que era proyector y receptor en el astral, el queinmediatamente comenzó a diseñar en la tela lechosa la configuración de una ciudad, que más tardereconocí como Barcelona, allá por el siglo XVI, en la época de Felipe II. En seguida la escena seesfumó y Barcelona desapareció en la tela blanquecina, surgiendo en cambio los contornos de unvasto depósito, cuyo techo los sustentaban una serie de arcos de piedras ennegrecidos. En base alas proyecciones nítidas del mundo astralino, se logra verificar los menores detalles, como ser loscolores del lugar, los sonidos, temperatura y olores. Por eso, al enfocar aquel depósito construido enforma de arcadas, sentí una sensación desagradable, como si fuera a humedad y olores repugnantesde sangre, mezclados al olor penetrante que hace el humo del azufre. Oía la remoción de hierros yalguien que se movía en el suelo de piedras pulidas. Rápidamente, el aparato enfocó en el campoetérico la figura de un hombre alto, parecía un moro, vestía calzones de algodón ordinario y tenía eldorso totalmente desnudo. Los cabellos eran cortos y espesos y le cubría parte de la cabeza, suaspecto era simiesco y agresivo. Era un tipo de matarife robusto, piernas cortas y "bíceps"aterradores; sudaba abundantemente e introducía algunos hierros en dos hornillos de materialrefractario, donde calentaba azufre y plomo sobre una llama avivada por un fuelle.Después, el proyector presentó junto al traspié del brasero, a un hombre atado desde el cuellohasta los codos, cuyos pies también estaban atados fuertemente por una cuerda de cuero crudo. Susojos manifestaban un sufrimiento indescriptible. De los costados de la boca fla una babasanguinolenta. Los dedos de las manos estaban destrozados, sangrándole abundantemente a causade las heridas que le había producido el azufre hirviendo.
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Nota del Médium:
Atanagildo relata minuciosamente su proceso desencarna torio, en la tierra, cuando cumplía los 28años de edad, lo cual se encuentra descrito en la obra "La Vida Más Allá de la Sepultura", compuesta por Ramatís y élmismo. Edic. Kier S.A.
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Sus cabellos debieron emblanquecer rápidamente, puesto que todavía era joven y su barba enpunta, repartida al medio, bien hecha y muy bien tratada, era casi negra. Toda vez que saltaba algunachispa del brasero y alcanzaba al verdugo, bramaba de rabia, y a cambio de compensación, tomabaalgunas gotas de plomo y azufre del caldero y la arrojaba a los pies del infeliz maniatado, haciéndolosacudir: en una crisis de estremecimientos convulsivos y gemidos aterradores.La escena desgarradora se fue corriendo lentamente, y reconocí los peldaños de una escalera depiedra, la que daba acceso al depósito. Tal como sucede en el cinematógrafo terreno, el aparatoproyector fue subiendo la escalera, y súbitamente aparecieron dos botas color manteca, de cuerofinísimo, magníficamente trabajadas por un eximio artesano. Gradualmente se delineó en la pantallala figura imponente de un hombre robusto, especie de hidalgo de la corte de Felipe II, delante delcual, el matarife se inclinó servil y atento. Alto y fuerte, el hidalgo se movía en una pose estudiada,como si su preocupación fuera de no decepcionar al público; en un gesto voluptuoso y mórbido, retirólos guantes de cuero blanco y sacudió los puños de encajes. Vestía un chaleco verde sobre la blusablanca. El traje se completaba con un pantalón de terciopelo, color avellana, sujetado por las botasflexibles, por encima de las rodillas. Sobre la cabeza usaba un gorro de terciopelo, azul marino, que lecaía en delicados dobleces, bordados con hilos de seda, formándole volutas plateadas. Los cabellosnegros y ondulados le caían sobre los hombros; su cara era casi redonda, pero la quijada terminabaen punta. La nariz, por más que la quisiera disimular, tenía la curvatura peculiar de esos seres quetienen malos instintos, como el ave de rapiña, cuando va en busca de los despojos humanos. A pesar de sus estudiados movimientos y de la observación constante para no causar una impresióndesagradable, aquel hidalgo de la corte de Felipe II tenía estampada en la figura, el estigma de la trai-cionera serpiente o la avidez felina en busca del bien ajeno.Descendió los escalones de piedra. Sus ojos relampaguearon al dar con el hombre maniatado asus pies. Comenzó a dar vueltas a su derredor, como buscando el punto débil para herirlo. Sinesconder el odio que sentía en esos momentos, se dio vuelta hacia el verdugo y le preguntó:— ¿Confesó?—Nada, ¡Excelencia! —respondió el torturador haciendo una inclinación.Se molestó muchísimo el hidalgo. La cara maquillada por la fina crema a la moda de la hidalguíaespañola, se sonrojó y sus ojos se congestionaron, las manos se crisparon bajo los encajes finísimos,en un movimiento de incontenida furia interior. Se podía percibir el alma de instintos viles disfrazadasuperficialmente por los retoques protectores de la civilización. Aquel pobre hombre, sufriendo a suspies, debía ser un objetivo de sus ambiciones o un estorbo para sus pasiones desenfrenadas.— ¡Vamos! ¡Confiesa, miserable! ¿Dónde escondiste a Consuelo? —exclamó sin poder contener la furia de sus nervios irritados.Ante el silencio y la indiferencia de la víctima, exclamó en tono perverso y amenazador:—No adelantas callando; ¡revolveré toda España, y he de encontrarla! ¡Habla, si todavía quieresver la luz del sol!El hombre iba perdiendo la compostura, la aparatosidad demostrada y comenzaba a surgir lafiera. Los movimientos que antes eran tan medidos, ahora se transformaban en impulsos, cual arieteamenazador. Irritado ante la actitud estoica del adversario, parecía buscar en su imaginación, lastorturas más terribles para vencerlo. Finalmente, hizo una señal al hombre de sus servicios, el quetomó un crisol pequeño y se acercó al infeliz prisionero, que se estremeció de pavor, al percibir elplomo hirviendo. El temor de la víctima pareció animar a su verdugo, volviendo a decirle:— ¡Vamos, Lorenzo! ¡Cuéntame, donde se encuentra Consuelo y quedarás en libertad; de locontrario, mejor sería que no hubieses nacido!En un gesto increíble, lleno de desesperación, como si hubiera terminado el terrible sufrimiento,Lorenzo levantó la cabeza y le escupió sus botas finísimas, que se encontraban casi tocando sucabeza. El hidalgo perdió la serenidad y en un acceso de cólera incontrolable, comenzó a patearlesalvajemente la cabeza, haciéndole sangrar en diversas partes. Rápidamente, como si estuvieraarrepentido al querer eliminar a Lorenzo, dejó de patearlo y mirando al verdugo le dijo en tono irritado:
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nervios motores estaban comprometidos y aunque sobreviviera, quedaría ciego, sordo, mudo yposiblemente inmóvil para el resto de su vida. Algunos días después, Don Camilo alquiló un avión ycondujo al hijo, inconsciente e inmovilizado, para su ciudad en Río Grande do Sul. Allí comenzó elinterminable calvario para toda la familia, que pasó a vivir alrededor del "cadáver vivo" del hijo, cuyosdías tormentosos pasaban sin solución alguna.Transcurridos los tres primeros meses de aquella tortura interminable, Giordano aún permanecíainmóvil, con los ojos cerrados, respirando con cierta dificultad y con leves estremecimientos en lasextremidades muertas. Del lado derecho del cráneo, donde había sido trepanado, emanaba un líquidofétido. La piel, antes rosada y tersa se iba oscureciendo de a poco, tomando el color sepia, dando laimpresión de marchitarse, los trazos apolíneos de ese cuerpo antes esplendoroso, se destruían antelos impactos del sufrimiento acerbo. Giordano era el centro convergente de los complicados equipos yaparatos médicos. El dorso de los pies estaban perforados por agujas que le inyectaban un líquidocolor café. El suero le goteaba por los brazos entumecidos formando edemas que eran reabsorbidasa costa de compresas de agua caliente o de aplicaciones de pomadas anticongestivas. El plasmasanguíneo se filtraba en los flemones, mientras que el tórax dificultosamente respiraba el oxígenoartificial. Cuando la muerte se aproximaba, debido a la sofocación inminente, el enfermero acudíarápido, accionando el cruel aparato, cuyo tubo de metal penetraba por la tráquea abierta para obligar a los pulmones a su trabajo normal.En la familia todo era desolación. Doña Blanca aún resistía, algo rebelde, a la fatalidad de aqueldestino inexplicable, poniendo en juego todas las reservas egocéntricas para no caer en la desdicha.¿Por qué Dios le dio un hijo tan hermoso y después lo destruía tan estúpidamente? ¿Por quéGiordano debía rebosar de vida y salud, mientras que Durvalino era enfermizo y titubeante? Susbellos ojos perdían el brillo y se apagaban, poco a poco. La vanidad se abatía, impotente, ante laobligación de ser espectadora de su propia ruina, viendo y viviendo las fases convulsionadas deaquel hijo adorado. Desorientada, le cubría mil veces los pies perforados y le acariciaba el macabroturbante de gasas, cuyos estremecimientos se manifestaban cuando pasaba la mano por la terribledepresión dejada por el cáncer.El calendario, implacable, marcaba ciento cuatro días tormentosos y de lenta destrucción paraGiordano. El enfermero hacía su ronda habitual; le tomaba la temperatura y la presión, graduaba lamaquinaria como un hábil técnico, moviéndose por el cuarto como un verdugo moderno. Cambiaba laaguja de la vena del pie y en un gesto apático buscaba otro punto de la piel, mostrando ciertasatisfacción profesional, cuando, percibía el éxito de su trabajo. Las manos de Giordano estabanflojas, inertes y descarnadas. La piel toda acribillada por las agujas hipodérmicas y llena de manchasrojas y azules. La tráquea producía el ronco y característico ruido, luchando por un poco de aire. Lostubos de goma oscilaban sujetos a los aparatos, presionando sus líquidos hacia el enfermo.Un día, estaba Durvalino pensando en su hermano que se estaba acabando y que jamás le dieraun momento de alegría o confort. Nacido del mismo vientre, nutriéndose con la misma sangre, y sinembargo, siempre le fue extraño y hostil. Súbitamente, movido por una singular intuición, pidiósilencio a todos, y se inclinó sobre el oído de Giordano y le habló incisivamente:¡Giordano! ¡Giordano! Si me ess escuchando y tienes conciencia de lo que te essucediendo, haz un esfuerzo, reúne todas tus energías dispersas y concéntrate a fin de poder mover la pestaña derecha de tu ojo. ¡Solamente la pestaña derecha! Esa será la señal, para que nosotrossepamos que estás consciente. ¡Si puedes, repite la señal otra vez!Ante la sorpresa de los presentes, curvados sobre él, ansiosos observaron que Giordano parecíaquedar más quieto, inerte, como una coordinación impuesta, mientras cesaban los temblores de lospies y de las manos y aminoraba los estertores de los pulmones. Transcurridos algunos segundos,después de la espectativa dramática, la pestaña izquierda
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se estremeció fuertemente, como la únicaseñal de vida de ese cuerpo inmóvil. Y, ante la sorpresa de todos, repitió dos veces más la señal,atendiendo al propósito de Durvalino.
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Nota
de Atanagildo:
En base al avanzado estado canceroso de Giordano, en el lado derecho de la cabeza, sólo podíamover el párpado izquierdo, bajo la acción reflexiva.
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Después, como si el gran esfuerzo realizado le exterminaron sus energías, Giordano tuvo unestremecimiento y volvió a caer en la acostumbrada apatía.— ¡Misericordia! El nos escuchó durante todo este tiempo que estaba postrado —exclamó DoñaBlanca, entre sollozos de dolor y humillación. Y terminó diciendo, con voz de mártir— ¡Solo le dimosnoticias malas y desesperantes!Se llevó la mano al pecho, y en un gesto de angustia desfalleció. En aquel momento expiró en lamujer todo el orgullo y la arrogancia por haber generado un hijo tan atrayente y saludable. Bajo elimpacto de su vanidad herida, había caído al suelo; pero al despertar; Doña Blanca no era ni lasombra de su anterior y ostensiva figura.Realmente, dolorosa era la verdad, pues si los familiares ignoraban el curso implacable yrectificador de las leyes espirituales, Giordano no estaba inconsciente, pues mentalmente despertó desu trágica situación. A pesar de su impotencia motora, los sentidos estaban agudizados y lorelacionaban con el mundo exterior. Oía la voz inconformada de su madre, el lloro silencioso de susparientes, los comentarios funestos alrededor de su lecho y la noticia siniestra del cáncer. Sufría elmás terrible de los suplicios imaginados por ser humano alguno, sin poder liberarse del cuerpomortificante. Esperanzado por el recurso ininteligible de Durvalino, quiso gritar, en un clamor interminable y potente, que pudiera oir cualquiera, no interesaba quien fuera. Su mente se super excitaba bajo el impacto de extraños recuerdos, mientras escapaban de su cuerpo las últimasenergías que su alma imponía al organismo físico. Oía gritos horrorosos, se sentía diferente, estabaalejado de sí mismo, era un delirio infernal. Se notó fuera de la carne inmóvil y masacrada, comofluctuando en un lugar extraño y que alguien le gritaba:— ¡Mátenme, por el amor de Dios!Giordano se sintió aturdido y asombrado, pues la voz era de Durvalino, que se debatía a sufrente, los brazos y las piernas las tenía aseguradas por fuertes correas a las tablas de un aparato detortura. Además, él, Giordano, ordenaba sin piedad: "Apriete el torniquete; ¡Apriete! Y un hombre derostro bestial obedecía. .Durvalino seguidamente se diluía en una nube blanquecina. En su lugar,para asombro de Giordano, aparecDon Camilo, con garras en los pies y en las manos yapretándole el cráneo con el torniquete, además, y cambiando de método para escarnecerlo, leaplicaba tenazas calentadas al brasero, sobre diversas partes de su cuerpo, arrancándoledesesperados gritos, a la vez que decía:— ¡Mátenme! ¡Jamás traicionaré a mis compañeros!Giordano enfurecido, tomado por un odio enloquecido hacia don Camilo, en un asomo devenganza y tal vez impedido por el deseo de liberarse de la tortura, esperanzado en que lo mataran,consiguió escupirle el magnífico traje clerical, que vestía en carácter de Monseñor. Aún dominado por la cólera, su sorpresa fue aumentando, cuando a su lado y vistiendo el rico traje de abadesa, aparecióDoña Blanca sonriéndole de modo muy sensual, diciéndole:— ¡Monseñor Valdez! Es inútil convertir a esos herejes tan endurecidos. No sólo perdéis vuestroapreciado tiempo, sino que perdéis la calma que os es habitual. —Y con una expresión de cruelplacer, exclamó:—Mándelos a la hoguera; ellos necesitan tanto la purificación de sus pecados.Desps de mirarlo en forma atrevida y pecaminosa, la abadesa Doña Blanca lo belargamente. Giordano se sintió deprimido, pues el beso de su madre no tenía nada de maternal, sinola avidez y el fuego de una pasión insatisfecha. En seguida Doña Blanca también se fue esfumandode su traje de abadesa o Sor Concepción, como era su verdadero nombre en su encarnación anterior.Aterrado por las secuencias vividas en tan poco tiempo, retornó a su martirio carnal, tomandocontacto sensorial con los familiares, pues escuchaba sus pasos y voces alrededor de su lecho.Después se vio envuelto en medio de un torbellino que le esfumó los últimos destellos de suconciencia, mientras oía la sentencia venturosa del médico de la tierra, junto a su cuerpo:¡No tengo más nada que hacer! ¡El señor Giordano falleció!
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EL CANTOR
Rosalino Sampayo era un niño pobre, muy bueno y de buen genio. Siempre que escuchaba alnegro Jerónimo tocar el violón, lo miraba embelesado, cuando sus dedos largos y huesudos sedeslizaban sobre las cuerdas del instrumento, interpretando las mazurcas y los hermosos yronticos valses, soñando aln a, hacer lo mismo. Sea muy admirado. Atendea lasinvitaciones para tocar en los bautismos, en las fiestas de parientes y amigos, como lo hacíaJerónimo, en sus noches bohemias.Frecuentemente Rosalino pedía a Jerónimo que tocara el vals "Abismo de Rosas".El negro, siempre afable y sonriente, satisfacía su pedido ejecutando con maestría aquellospasajes vivísimos y rápidos sobre la extensa gama del encordado. Rosalino quedaba embebido,como si estuviera hipnotizado por la melodía romántica y recordativa.Cuando Rosalino alcanzó los once años de edad, el Padre Tiburcio —vicario de la Iglesia delSeñor Buen Jesús— lo invitó para que ayudara en la misa; Rosalino se sintió muy feliz. Saliócorriendo para dar la noticia a su vieja tía Nica —hermana de su madre— que lo crió cuando quedóhuérfano. Alegre ante la posibilidad de aparecer en público, vistió el ropaje blanco y bordado, sobre elsayo de color rojo de sacristán para ayudar a Fray Tiburcio a rezar la misa.Era el monaguillo más compenetrado en el servicio religioso; se movía en el altar con ladelicadeza de un picaflor sobre la perfumada flor. Siempre atento, y aunque era tímido, sonreía atodos por igual. Rosalino atravesaba la iglesia con la bandeja recolectora de dinero, agradeciendogentilmente con suaves movimientos de cabeza, cada vez que alguien donaba unas monedas paraayudar al Señor Buen Jesús. Las niñas le sonreían enamoradas, admirándole su porte erguido, casiangelical, cuando cargaba la pequeña cruz de Cristo en las procesiones, precediendo a las "hijas deMaría", que cantaban el "Salve Reina" con sus voces encantadoras.Algún tiempo después, la comunidad de la Iglesia del Buen Jesús resolvió organizar un coro deniños, a fin de participar de los festejos de la "Semana del Evangelio", con las otras asociacionesreligiosas de les municipios vecinos. Fray Benito, muy experimentado en organizar coros desde su juventud, en Italia, además de ser un gran conocedor de las composiciones musicales de los grandesclásicos como Bach, Handel, Hayden, Mozart y otros especializados en piezas sacras, visitó lasfamilias católicas más nobles y les pidió que les mandasen sus hijos para organizar el conjunto coralde la parroquia.Después de muchos ensayos, y "tests" sobre innumerables candidatos, consiguió seleccionar cincuenta niños, que durante las primeras horas de la noche llenaban la iglesia con sus vocescristalinas, seguidas por la suave música del órgano, tocado por Fray Bernabé. Atendiendo a losolicitado por Fray Tiburcio, las señoras cristianas confeccionaron los trajes adecuados para el con- junto coral. Formaba el mismo, una túnica blanca, con puños bordados, ostentando el emblema delCorazón de Jesús y un lazo de cinta roja al cuello, completando el uniforme un sayo azul oscuro quecaía en pliegues.El solista del coro infantil era el niño Gabriel, uno de los mejores alumnos de catecismo. Su voz,aunque un poco sonora y aguda, poco clara, sin embargo era voluminosa y se ajustaba a lasnecesidades de lo propuesto.Se aproximaba la "Semana del Evangelio" y crecía la expectativa de los parroquianos para elestreno del "Coral de los Niños del Buen Jesús". El obispo vendría especialmente para rezar la misacampal y hacer las crismas, esperadas hacía
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de tres años. Al faltar veinte días para los festejos,surgió un contratiempo al tenorcito Gabriel, pues enfermó de pulmonía, dejando perplejo y angustiadoa Fray Benito, pues era urgente buscar a un substituto del enfermo. Intentó entre los demás niños delcoro, pero quedó decepcionado. No conseguía una voz capacitada para interpretar sus arreglosmusicales. Mientras tanto, las cosas deben suceder de acuerdo con la voluntad del Gobierno Ocultodel mundo. Fray Benito caminaba apresuradamente por el largo veredón del convento, meditandosobre el problema del nuevo solista, cuando paró, sorprendido, al oír la voz de un niño, suave y de
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